domingo, 10 de junio de 2012

Reconfiguración de la Política












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Colombia debe blindarse frente a la expansión de la crisis internacional con un sistema político capaz de orientar la economía y no subordinado a ella, no se trata de cambiar de política, sino de cambiar la política.



Los vientos cruzados -en verdad huracanes- que agitan la esfera pública preludian una reconfiguración de los espacios políticos con mayor anticipación de la esperada tras el doble periodo presidencial de la tendencia ultraderechista que mayor influjo ha tenido en la vida nacional. Conspicuos "generadores de opinión" llegaron a considerar, con terquedad digna de mejor causa, basados en la dominación mediática y el control social gubernamental, que ya estaban en la práctica consolidadas en la conciencia de los colombianos -de manera entusiasta en unos y resignada en otros- las tesis neoconservadoras del más reciente expresidente, a quien suponían inexpugnable.

En tal sentido, se llegó a vaticinar que el de Santos sería el tercer mandato del expresidente antioqueño, para lo cual no les pareció necesario a dichos analistas aludir a factores de conocimiento del Estado, cultura política y comportamiento social, campos en los cuales se advierte una diferencia sideral que favorece con creces al sobrino-nieto de Eduardo Santos. Y si, como lo han escrito los teóricos de la lingüística, "el lenguaje es el espejo del pensamiento", las manifestaciones discursivas de uno y otro dejan en claro que aquí ha habido un cambio por lo menos de estilo, diríase estético o "de buenas maneras", que lenta pero eficazmente ha conducido al país a experimentar profundas rectificaciones de la mano de un jefe de Estado cuyo roce internacional y praxis política demoliberal le han permitido adoptar la principal regla de la democracia, aquella que aconseja moderar los tonos cuando ello es necesario para obtener un fin, llegar a pactos con el adversario, aceptar compromisos cuando estos no sean humillantes y cuando constituyen el único medio para obtener resultados (Bobbio). Además, el presidente Santos le ha conferido prevalencia a los valores de cooperación y colaboración sobre los de confrontación. Así ha podido restablecer las relaciones con los países vecinos, cuyos resultados han reportado amplios beneficios a la economía nacional.

La creciente pérdida de credibilidad y confianza del país en el belicoso expresidente paisa se sustenta, más que en su caída libre en las encuestas -ese "estado de opinión" por el que pretendió sustituir la expresión democrática de los votos-, en la percepción extendida de que más allá de él hay vida y seguridad y, también, en los fracasos electorales en alcaldías y gobernaciones, escenarios en los que se jugó a fondo, como en Bogotá, donde fue jefe de debate de Enrique Peñalosa, o en Antioquia -su imperio, económico y político-, donde sus amigos fueron apabullados por la alianza Verde-Liberal. El más reciente descalabro le llegó con la votación de la ley marco para la paz, contra cuya aprobación ejerció una beligerante como indebida presión en el Congreso de la República que sus amigos, ya despojados del miedo que les inspiraba, no atendieron.

De suerte que, superado el embrujo autoritario, la sociedad colombiana ha recobrado su libertad de opinar y decidir y ha entendido que la rigidez y el estancamiento son enemigos del libre albedrío. Las fulgurantes y masivas manifestaciones de amplios sectores populares, estudiantes, campesinos, trabajadores y víctimas -por cierto, aprobadas por la administración de Gustavo Petro- constituyeron una explosión de júbilo que rescata la democracia deliberativa como elemento constitutivo de convivencia.

Al mismo tiempo, las estructuras de los partidos tradicionales se están derritiendo bajo la ofensiva neoliberal y no se advierte un proceso de circulación de élites que les permita oxigenarse a mediano plazo. Recientes formaciones políticas, como la U y el PIN, demasiado identificadas con la parapolítica, y los verdes, contaminados de uribismo, están cada vez más confinados a unas pocas regiones; el Polo y Cambio Radical sufren el desgaste de sus propias contradicciones internas y sus problemas éticos. El ablandamiento de las normas de lealtad a los partidos en la contrarreforma política reciente le ha abierto la puerta al transfuguismo giratorio.
Colombia debe blindarse frente a la expansión de la crisis internacional con un sistema político capaz de orientar la economía y no subordinado a ella, no se trata de cambiar de política, sino de cambiar la política. Por ello, la reestructuración del sistema político en dos grandes tendencias es bienvenida tal como se advierte: una que, articulada a los nuevos movimientos sociales, piensa que es preciso avanzar hacia la salida política al conflicto armado interno, el fortalecimiento del Estado, la aceptación de la heterogeneidad y el pluralismo en los asuntos humanos, en ocasiones hasta concebir el conflicto social como fuente indispensable de multiculturalidad, creatividad política y estabilidad democrática. Y otra, integrada por quienes le confieren valor prioritario al fortalecimiento militar y al debilitamiento del Estado social de derecho,  partidarios de lo hegemónico y de la mercantilización de los bienes públicos, lo cual entraña un orden de exclusión, discriminación y pobreza.
*Analista político e investigador en ciencias sociales.