viernes, 14 de mayo de 2010

¿Se puede salvar el euro? | ELESPECTADOR.COM

¿Se puede salvar el euro?

Por: Joseph E. Stiglitz

LA CRISIS FINANCIERA GRIEGA PUso en riesgo la supervivencia misma del euro.

En el momento de la creación del euro, a muchos preocupaba su viabilidad a largo plazo. Cuando todo salió bien, esas preocupaciones pasaron al olvido. Pero el interrogante sobre cómo se aplicarían los ajustes si parte de la eurozona resultara afectada por un fuerte shock adverso perdura. Corregir el tipo de cambio y delegar la política monetaria al Banco Central Europeo eliminó dos recursos primordiales a través de los cuales los gobiernos nacionales estimulan sus economías para evitar la recesión. ¿Qué podía reemplazarlos?

El premio Nobel Robert Mundell estableció las condiciones según las cuales una moneda única podía funcionar. Europa no cumplió con esas condiciones en su momento; y sigue sin hacerlo. La eliminación de barreras legales para el movimiento de trabajadores creó un mercado laboral único, pero las diferencias lingüísticas y culturales hacen que la movilidad laboral al estilo norteamericano resulte inalcanzable.

Es más, Europa no tiene manera de ayudar a aquellos países que enfrentan problemas serios. Consideremos el caso de España, que tiene una tasa de desempleo del 20% —y más del 40% entre la gente joven—. El país tenía un excedente fiscal antes de la crisis; después de la crisis, su déficit aumentó a más del 11% del PBI. Pero, según las reglas de la Unión Europea, España ahora debe recortar su gasto, lo cual, probablemente, exacerbe el desempleo. Conforme su economía se ralentiza, la mejora de su posición fiscal puede ser mínima.

Algunos esperaban que la tragedia griega convenciera a los estrategas políticos de que el euro no puede andar bien sin una mayor cooperación (asistencia fiscal incluida). Pero Alemania (y su Corte Constitucional), en parte a raíz de la opinión popular, ha sido reacia a darle a Grecia la ayuda que necesita.

Para muchos, tanto dentro como fuera de Grecia, era una situación peculiar: se habían invertido miles de millones en salvar a los grandes bancos, pero evidentemente salvar a un país de once millones de personas era un tabú. Ni siquiera resultaba claro que la ayuda que Grecia necesitaba debiera ser catalogada como un rescate: si bien resultaba poco probable que los fondos otorgados a instituciones financieras como AIG fueran recuperados, un préstamo a Grecia a una tasa de interés razonable probablemente sería saldado.

Una serie de ofertas a medias y de vagas promesas, destinadas a calmar al mercado, resultaron un fracaso. De la misma manera que Estados Unidos había improvisado a toda prisa una asistencia para México 15 años antes combinando ayuda del Fondo Monetario Internacional y el G-7, la UE diseñó un programa de asistencia junto con el FMI. El interrogante era: ¿qué condiciones se le impondrían a Grecia? ¿Cuán grande sería el impacto adverso?

Para los países más pequeños de la UE, la lección es clara: si no reducen sus déficits presupuestarios, existe un riesgo elevado de un ataque especulativo, con pocas esperanzas de una ayuda adecuada por parte de sus vecinos, al menos no sin limitaciones presupuestarias pro cíclicas que resultarán dolorosas y contraproducentes. A medida que los países europeos adopten estas medidas, sus economías probablemente se debiliten —con consecuencias desdichadas para la recuperación global—.

Puede resultar útil analizar los problemas del euro desde una perspectiva global. Estados Unidos se ha quejado de los superávits (comerciales) de cuenta corriente de China; pero, como porcentaje del PBI, el superávit de Alemania es aún mayor. Supongamos que el euro se creó para que el comercio en la eurozona en su totalidad fuera, en términos generales, equilibrado. En ese caso, el superávit de Alemania implica que el resto de Europa está en déficit. Y el hecho de que estos países importen más de lo que exportan contribuye a sus economías débiles.

Estados Unidos se ha quejado de la negativa por parte de China de permitir que se aprecie su tipo de cambio en relación con el dólar. Pero el sistema del euro implica que el tipo de cambio de Alemania no puede aumentar en relación con los otros miembros de la eurozona. Si el tipo de cambio aumentara, a Alemania le costaría más exportar, y su modelo económico actual, basado en exportaciones fuertes, enfrentaría un desafío. Al mismo tiempo el resto de Europa exportaría más, el PBI aumentaría y el desempleo se reduciría.

Alemania (al igual que China) ve sus ahorros elevados y sus proezas exportadoras como virtudes, no vicios. Pero John Maynard Keynes decía que los superávits conducen a una débil demanda agregada global —los países que tienen superávits ejercen una “externalidad negativa” en sus socios comerciales—. De hecho, Keynes creía que eran los países con superávits, mucho más que los países con déficits, los que planteaban una amenaza a la prosperidad global; incluso llegó a recomendar un impuesto a los países con superávits.

Las consecuencias sociales y económicas de los acuerdos actuales deberían ser inaceptables. No debería obligarse a los países cuyos déficits han aumentado como resultado de la recesión global a caer en una espiral mortal —como sucedió con Argentina hace una década—.

Una solución que se propone es que esos países pergeñen el equivalente de una devaluación —una disminución uniforme de los salarios—. En mi opinión, esto es inalcanzable, y sus consecuencias distributivas son inaceptables. Las tensiones sociales serían enormes. Es una fantasía.

Existe una segunda solución: la salida de Alemania de la eurozona o la división de la eurozona en dos subregiones. El euro fue un experimento interesante, pero, como el casi olvidado mecanismo de tipo de cambio (MTC) que lo antecedió y se desintegró cuando los especuladores atacaron la libra británica en 1992, carece del respaldo institucional necesario para que funcione.

Existe una tercera solución —y tal vez Europa llegue a darse cuenta de eso— que es la más promisoria de todas: implementar las reformas institucionales, incluyendo el marco fiscal necesario, que deberían haberse implementado cuando se creó el euro.

No es demasiado tarde para que Europa implemente estas reformas y, así, estar a la altura de los ideales, basados en la solidaridad, que subyacen la creación del euro. Pero si Europa no puede hacerlo, entonces quizá sea mejor admitir el fracaso y pasar a otra cosa en lugar de pagar un precio elevado en materia de desempleo y sufrimiento humano en nombre de un modelo económico fallido.



* Premio Nobel de Economía en 2001, profesor en la Universidad de Columbia.

© Project Syndicate 1995-2010

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Joseph E. Stiglitz

Espoiler: Hernán Casciari >> Blogs ELPAÍS.com

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El racismo, con sangre entra

Estamos a un mes del estreno de la tercera temporada de True Blood, y Alan Ball nos da pistas del entramado filosófico de la serie.
ESPOILER - 13 de mayo, 2010

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Fábulas racistas. El 13 de junio es el regreso de True Blood, una rareza de la televisión actual que mezcla entretenimiento y toques kitchs con cuestiones más serias, que tienen que ver con la política, la sociedad y los problemas raciales. Y como todos sabemos, lo hace en un contexto poblado por vampiros y criaturas de la más variopinta calaña. Alan Ball, el creador de esta extraña maravilla, es consciente de la ventaja que esto significa a la hora de escribir: "Puedes decir lo que quieras porque estás hablando de vampiros", dice en esta entrevista de El País. Y en la tercera temporada, el planteo se intensificará:

"Vamos a entrar a fondo con la política de los vampiros y con el hecho de que, cuando quieren algo, simplemente van a cogerlo. Obviamente, lo que estamos contando es que, si quieres, puedes salirte con la tuya, pero si tienes dinero suficiente. Da igual lo que hayas hecho: puedes asesinar a quien quieras y nunca tendrás que pagarlo. Esto no forma parte de la mitología americana, pero es muy cierto: si dijéramos esto en un contexto real se diría que somos didácticos o que nos creemos moralmente superiores. En cambio, en un mundo poblado por hombres lobo, vampiros y brujas, nadie va a decir nada".

En el tercer minisode de la serie, el último de los que han aparecido hasta el momento, Alan Ball nos ofrece una muestra gratis de este enfoque.

Lo presenta a través de una discusión entre Sookie y Tara, en la que salen a la superficies soterrados prejuicios y en la que se menciona, y no al pasar, la palabra racismo. En suma: todo el pequeño episodio es un planteo del tema, y acaso esté sentando las bases de lo que Alan Ball explorará todavía con más profundidad en lo que está por venir. Puede hacer lo que quiera; total, en el fondo, está hablando de vampiros.

Sin prejuicios modernos. Si hablamos de prejuicios, viene a cuento mencionar el caso de Modern Family. A algunos seguidores de la serie les preocupa que la alegre pareja homosexual compuesta por Mitchell Pritchett (Tyler Ferguson) y nuestro ídolo Cameron Tucker (Eric Stonestreet), no pase del inocente abrazo o de la caricia tierna. La gente quiere algo más. Quiere, por ejemplo, que Mitchell y Cameron se besen, como una pareja normal, sin temor a la polvareda que un beso masculino puede levantar en la pantalla de la ABC. Para que la cadena tome en cuenta la sugerencia, los fundamentalistas del realismo homosexual crearon un grupo en Facebook, que ya supera las nueve mil almas adheridas. Y que va por más.

Poderes de familia. Sin cambiar de canal, vamos de una familia moderna a otra extraordinaria. No Ordinary Family tiene el visto bueno de la cadena ABC para rodar la primera temporada. ¿Recuerdan de qué iba? La historia de una familia de superhéroes, o con facultades extraordinarias, pero contanda con un enfoque tirando a realista: sin capa y trajes especiales. Michael Chiklis (el detective Vic Mackey de The Shield) interpretará al padre de familia, mientras que Julie Benz, que tendrá la habilidad de correr más rápido que el viento, será su esposa. La serie fue creada por Greg Berlanti, productor de Dirty Sexy Money. La vamos a ver, es un hecho. Aunque de entrada me den muy pocas ganas.

La cultura de la paz · ELPAÍS.com

La cultura de la paz · ELPAÍS.com


MÁRIO SOARES 14/05/2010

Quien siga con la debida atención los acontecimientos violentos que están teniendo lugar, in crescendo, en todos los países y continentes, en sus múltiples formas, como crimen organizado, malos tratos o auténtico terror, no podrá dejar de constatar que el mundo se está volviendo cada vez más peligroso, violento e inseguro: un lugar nada agradable para vivir, para quienes tengan un mínimo de sensibilidad humanista.

Tampoco deja de ser cierto que, por lo que sabemos de la historia de la humanidad, desde sus inciertos inicios el hombre siempre ha sido un enemigo para el hombre, y los conflictos entre personas, familias o grupos étnicos, así como las guerras entre Estados, religiones, razas e intereses multinacionales, han sido siempre una constante casi inevitable.

En el siglo pasado vivimos el terror de dos grandes guerras a escala mundial, que dejaron millones de muertos, heridos y mutilados. Conocimos los campos de concentración y de exterminio, el holocausto, los bombardeos que arrasaron ciudades, matando a criaturas inocentes.

Y yendo mucho más allá, el hombre construyó por primera vez armas nucleares, que fueron experimentadas en Hiroshima y Nagasaki, capaces de destruir el propio planeta.

Por tal razón, los vencedores de la II Guerra Mundial -a pesar de estar separados por ideologías incompatibles- tomaron la decisión de no volver a provocar guerras y crearon las Naciones Unidas, una organización internacional con el objetivo de evitar la guerra y asegurar la paz. Se vivió la guerra fría, que provocó sucesivos conflictos regionales, pero se consiguió evitar una nueva guerra mundial, a través del llamado "equilibrio del terror". La frase fue acuñada por un antiguo secretario de Estado norteamericano, Foster Dulles.

El año 2001 marca un nuevo paso, extremadamente peligroso, en el camino de la violencia: el surgimiento del llamado "terrorismo global", que arrastra a fanáticos que sacrifican sus propias vidas para matar a inocentes y difundir el terror... Y otro peligro suplementario e inmenso: la proliferación del armamento nuclear, ya no sólo entre las tres grandes potencias, Estados Unidos, Rusia y China, sino en otros Estados involucrados en conflictos, como India, Pakistán, Israel, Corea del Norte y acaso Irán.

La mejor arma para luchar eficazmente contra el terror es, como ya se sabe, el humanismo y el diálogo posible, en ningún caso la fuerza bruta. Y el desarrollo, desde la escuela primaria, de eso que el profesor Federico Mayor Zaragoza ha llamado una "cultura de la paz" durante los años en los que fue director general de la Unesco y, después de esa etapa, con la fundación que creó con ese mismo nombre, a la que me honro en pertenecer. Su objetivo es luchar contra todas las formas de violencia que entran todos los días en nuestras casas a través de la televisión y de Internet, que se han convertido en auténticas escuelas de violencia, contra las que es necesario combatir en todos los ámbitos.

Es obvio que hay varios apóstoles de la no violencia que son nuestras referencias, porque nunca dejaron de luchar por sus generosas causas: Gandhi, Luther King, Nelson Mandela, entre otros. Pero es necesario que la "cultura de la paz" se instale, como un objetivo primordial en todos los Estados que se consideran civilizados, empezando por la escuela primaria.

Se da la feliz circunstancia de que en Estados Unidos tenemos hoy un presidente, Barack Obama, que tiene una sólida formación humanista y que se ha demostrado pacifista. Ha hecho gala de varios intentos por sustituir con el diálogo la violencia y los conflictos. A pesar de haber mandado más soldados norteamericanos a Afganistán y a pesar de no haber retirado aún las tropas de Irak, como prometiera. Reconozcamos que no resulta fácil la lucha contra el complejo industrial-militar, ya denunciado por Eisenhower.

Sin embargo, Barack Obama ha conseguido recientemente una victoria que es necesario resaltar: el acuerdo de reducción y no proliferación de armas atómicas que firmó con Rusia y China. Se trata de un paso decisivo para que Irán se lo piense mejor antes de avanzar con su política de producción y proliferación de armas atómicas, que constituirían un peligro suplementario en la zona de Oriente Próximo, en sí misma tan explosiva.

Hagamos, pues, de la "cultura de la paz" un arma pacífica y decisiva, esencial para alimentar la generosa causa de la ciudadanía europea y global.

Mário Soares ha sido presidente y primer ministro de Portugal. Traducción de Carlos Gumpert.

Héroes criminales | ELESPECTADOR.COM

Héroes criminales

Por: Klaus Ziegler

Existe un verdadero culto en Occidente alrededor de tres de sus peores criminales: Alejandro de Macedonia, Julio César y Napoleón.

Historiadores, novelistas, músicos, dramaturgos y pintores han elevado a la categoría de héroes supremos a estos genocidas. Los innumerables crímenes y horrores perpetrados en aras de satisfacer su propio afán de gloria, si apenas se mencionan, son considerados insignificantes, o incluso son tenidos como prueba de su nobleza, de su voluntad para llevar la civilización, las leyes y el sentido de un orden superior a naciones ignorantes y bárbaras.

Es un progreso moral indudable, en palabras del filósofo argentino Mario Bunge, que personajes como César o Alejandro, celebrados como superhombres máximos durante dos milenios, sean vistos hoy por un grupo cada vez más grande de historiadores como asesinos y ladrones a gran escala. Para Bunge, en un mundo en realidad civilizado, Alejandro Magno habría de llamarse Alejandro Parvo, o quizás un nombre más apropiado: “el bárbaro de Macedonia”. Al igual que su homólogo Hitler --a quien nadie se atrevería a llamar “Adolfo el Grande”--, Alejandro era sensible y tierno con los animales, pero cruel y despiadado con sus semejantes. Ambos eran megalómanos, codiciosos, místicos y se creían iluminados y predestinados a consumar la gran causa que el destino les había asignado.

Un sentimiento muy enraizado en la naturaleza humana hace que admiremos a los vencedores más allá de cualquier consideración ética. De otra forma, ¿cómo se explica que psicópatas como Alejandro despierten semejante respeto, o que los restos de uno de los peores genocidas de Francia descansen en un fastuoso mausoleo de mármol rojo y reciban el homenaje diario de miles de turistas?

El paso del tiempo tiene el curioso efecto de hacer que juzguemos con otro rasero los actos de nuestros predecesores. Algunos piensan que cualquier juicio a posteriori es imposible, o inclusive ridículo. Esta posición se basa en un relativismo ético que sostiene que no podemos aplicar una misma escala de valores para cualquier período de la historia, ya que los juicios morales dependen exclusivamente del contexto cultural.

Quienes sostienen este punto de vista tienen razón en afirmar que ciertas prácticas que hoy pueden parecer inmorales fueron consideradas aceptables en su momento. Por ejemplo, tienen razón en observar que un esclavista americano del siglo XIX no creyera que poseer esclavos fuera algo inmoral, o que inclusive pudiera llegar a considerarlo un deber cristiano. Pero podemos estar seguros de que esta misma persona se horrorizaría si hiciese el experimento mental de imaginar que el esclavo fuera uno de sus hijos, lo cual demostraría que percibe la esclavitud como algo indeseable e indigno –aunque la viera justificable para otros--, al menos si nos adherimos al principio kantiano de que lo “malo” es lo que no desearíamos para nosotros mismos.

La libertad y el derecho a la vida son valores universales. En cambio, la tortura, la esclavitud y el conjunto de sufrimientos y vejaciones que infligen las guerras sobre los hombres son rechazados por igual sin importar el grupo humano, la nación o la época.

Más que el hecho de que la historia la escriban los vencedores, lo que realmente ha llevado a enaltecer hasta la histeria a estos engendros es algo más primitivo e irracional, y tiene su origen en ese sentimiento nacionalista que todos llevamos dentro, que nos hace ver magno al vencedor, si es uno de los nuestros, e infame y salvaje si es foráneo. Gengis Kan es reverenciado en su nativa Mongolia, pero es tenido por un bárbaro sanguinario en Occidente. Harry Truman es considerado por muchos estadunidenses como un héroe de la Segunda Guerra Mundial, pero visto por los japoneses como uno de los peores homicidas del siglo XX.

En Nuremberg fueron juzgados y ejecutados altos generales y colaboradores del régimen nazi. Pero si todos los criminales de guerra hubiesen sido juzgados por igual, y no solo los perdedores, también habrían tenido que colgar a Truman por el peor acto terrorista de la historia: aniquilar la población de dos ciudades enteras con bombas atómicas; y a Churchill por crímenes de lesa humanidad, al ordenar que incineraran a los civiles indefensos de Dresde y otras ciudades alemanas.

En un mundo civilizado, tal vez lejano todavía, a estos conquistadores sanguinarios junto con otros monstruos como Inocencio III y demás Papas genocidas, deberían reunírseles en un mismo grupo, al lado de reconocidos asesinos en serie como Asurbanipal, Calígula, Atila, Stalin, Hitler, Pol Pot, Leopoldo II de Bélgica… Y señalarlos como lo que realmente son: la peor vergüenza de la humanidad.

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Klaus Ziegler

jueves, 13 de mayo de 2010

La guerra contra las drogas está condenada al fracaso - WSJ.com

La guerra contra las drogas está condenada al fracaso - WSJ.com

Por Mary Anastasia O'Grady

Se dice a menudo que el primer paso para hacer frente a un problema es reconocer su existencia. Por consiguiente, es una buena noticia que la secretaria de Estado de Estados Unidos, Hillary Clinton, encabezará una delegación que se encamina hoy a México con el objetivo de hablar con las autoridades locales sobre la lucha contra la violencia que se está generando en el país por la guerra contra las drogas. El hecho de que EE.UU. reconozca este problema compartido es algo saludable.

Pero lo más probable es que las buenas noticias lleguen hasta ahí.

La violencia a lo largo de la frontera se ha disparado desde que el presidente de México, Felipe Calderón, decidiera enfrentar a los carteles ilegales de narcotraficantes que operan en la región. Cerca de 7.000 soldados patrullan Ciudad Juárez, una urbe de aproximadamente un millón de habitantes. Sin embargo, ni siquiera la militarización ha logrado que reine la paz. La razón es simple: el origen del problema no es la oferta mexicana. Es la demanda estadounidense unida a la prohibición.

Es dudoso que esta realidad se reconozca durante la reunión del martes. La industria de la guerra contra el narcotráfico, que incluye tanto al sector privado como un gigantesca burocracia gubernamental consagrada al "cumplimiento de las normas", tiene un enorme incentivo económico para que la guerra se siga librando. Ambos grupos tienen una influencia sustancial en los círculos políticos de Washington. Por lo tanto, es probable que prosigan los planes para convertir a Ciudad Juárez en un estado policial con la promesa de que más armas, tanques, helicópteros e informantes logren que los gángsters mexicanos sigan metiendo las drogas por las narices de los estadounidenses.

El reciente asesinato de un bebé que todavía no había nacido y de tres adultos vinculados al consultado estadounidense en Ciudad Juárez ha despertado el interés en el viaje de Clinton. El incidente conmocionó a los estadounidenses. Pero por muy trágicas que fueran, estadísticamente esas cuatro muertes apenas se notan en el balance de víctimas. La cifra total de muertes relacionadas con el narcotráfico en Ciudad Juárez desde diciembre de 2006 supera 5.350. Además, la economía de la ciudad también ha sufrido un serio revés ante la huída de inversionistas y turistas.

Sin embargo, por muy escasas que sean las probabilidades de éxito, México no se puede dar el lujo de despreciar la reunión de este martes. Es una oportunidad que, si se maneja correctamente, puede proporcionar un momento aprovechable. Sugiero que uno o dos de los excelentes economistas mexicanos asesorados en la Universidad de Chicago por Milton Friedman se sienten con el equipo del presidente Obama para explicar algunas cosas sobre el funcionamiento de los mercados. Podrían comenzar por explicar el camino que sigue una hierba sin ningún valor hasta convertirse en la fuente de financiamiento del la artillería del cartel. En esta lección rudimentaria de economía, los estudiantes aprenderán cómo la mayor parte de las ganancias se obtiene pasando la mercancía al otro lado de la frontera con Estados Unidos con destino al consumidor estadounidense. En lenguaje de fútbol, Ciudad Juárez está a escasos metros del arco.

México no ha sido siempre una importante una cancha importante para los carteles del narcotráfico. Durante muchos años, los traficantes de cocaína usaron el Caribe para llevar su producto a sus clientes del mayor y más rico mercado del hemisferio. Pero cuando Estados Unidos redobló sus esfuerzos para bloquear los envíos marinos, los empresarios optaron por las rutas terrestres por Centroamérica y México.

Los traficantes mexicanos manejan cocaína, pero el tráfico de marihuana es su gallina de los huevos de oro, a pesar de la competencia de los cultivadores estadounidenses. En una entrevista en febrero de 2009, el entonces procurador general mexicano Eduardo Medina Mora me dijo que la mitad de los ingresos anuales del cartel provenía de la marihuana.

Eso es especialmente preocupante para las fuerzas del orden mexicanas ya que el uso de marihuana, gracias a los centros de distribución legal con fines médicos y de la aceptación social generalizada, se ha hecho de facto legal en EE.UU., y la demanda es sólida. El resultado es que el consumo es aceptable pero la producción, el tráfico y la distribución son actividades del crimen organizado. Esto es lo que califiqué en una columna anterior como "un plan de estímulo para los gángsters mexicanos".

En la mayor parte del mundo, donde las instituciones son débiles y la gente pobre, el elevado valor que la prohibición impone a las drogas hace que los matones reinen. Medina Mora me dijo en la misma entrevista en 2009 que México estimaba en US$10.000 millones el flujo de efectivo anual desde los consumidores estadounidenses de drogas hasta el propio México, lo que por supuesto explica porqué los carteles están tan bien armados y son capaces también de sobornar el sistema. También explica porqué Ciudad Juárez es hoy un campo de matanzas.

Los promotores del actual combate contra el narcotráfico tendrían un mejor argumento si los miles de millones de dólares gastados en desforestar la selva colombiana, perseguir lanchas y derribar aviones durante las últimas cuatro décadas hubieran reducido el consumo de drogas. Sin embargo, a pesar de las efímeras victorias como la muerte de Pablo Escobar y de incontables narcotraficantes desde entonces, en EE.UU. sigue siendo relativamente fácil acceder a las drogas y cierto segmento de la sociedad las sigue consumiendo de manera entusiasta. En algunos lugares las organizaciones terroristas como los rebeldes de las FARC en Colombia y al Qaeda han reemplazado a los carteles tradicionales.

Para las víctimas inocentes de la guerra contra las drogas hay un rayo de esperanza. La semana pasada, The Wall Street Journal informó que la Agencia Antinarcóticos (DEA) estadounidense interrogó a varios miembros de una pandilla de El Paso por su posible papel en los recientes asesinatos en Ciudad Juárez. Si la escalada de violencia se propaga a EE.UU., los estadounidenses finalmente tendrán que reconocer su rol en este embrollo. La misión de Clinton sólo añadirá valor si refleja un conocimiento de esta realidad.

La guerra contra las drogas está condenada al fracaso - WSJ.com

La guerra contra las drogas está condenada al fracaso - WSJ.com